Imagina que despiertas una mañana con el firme propósito de ponerte en forma. Con entusiasmo, te levantas de la cama, lista para conquistar el mundo. Pero entonces, como si se tratara de un hechizo maligno, una voz susurra en tu oído: “Para lograr eso, tendrás que unirte a un costoso gimnasio, comprar montones de equipamiento y dedicar horas interminables a sudar la gota gorda”. De repente, tu entusiasmo se desvanece y decides que, después de todo, quizás tu estado actual no está tan mal.
¿Te suena familiar? Esta es solo una de las muchas formas en que nuestras creencias pueden convertirnos en nuestros propios carceleros, limitando nuestra capacidad de actuar y alcanzar nuestras metas. A estas creencias, las llamamos “creencias que roban nuestro protagonismo”.
Pero, ¿qué es exactamente el protagonismo? Imagina que eres el personaje principal de tu propia novela. El protagonismo es tu capacidad de tomar las riendas de la historia, de decidir qué camino tomar y cómo enfrentar los desafíos que se presentan. Es lo que te permite ser el héroe de tu propia vida, en lugar de un mero espectador.
Ahora bien, ¿cómo podemos identificar estas creencias que nos roban el protagonismo? Una pista es que suelen crear una barrera entre nosotros y nuestros objetivos, como en el ejemplo del ejercicio. Al enfocarnos en el dinero y el esfuerzo requeridos, nos convencemos de que el cambio es demasiado difícil o imposible.
Por otro lado, las creencias que nos dan protagonismo suelen abrir nuevas posibilidades. Volviendo al ejemplo de ponerse en forma, una creencia que da protagonismo podría ser: “Quizás todo lo que necesito es hacer unos minutos de ejercicio al día. Puedo dar un paseo por el barrio después del almuerzo”. De repente, la meta se vuelve alcanzable y nosotros recuperamos el control.
Pero cuidado, porque a veces podemos engañarnos a nosotros mismos. Como aquel hombre que odiaba su trabajo pero se convencía de que era necesario para mantener a su amada familia. Si no consideramos otras opciones que podrían cumplir el mismo objetivo, no estamos realmente ganando protagonismo, solo cambiando nuestra perspectiva.
Para distinguir las creencias que nos dan protagonismo, hay dos señales útiles. Primero, suelen generar cierta incomodidad. Piensa en el valiente caballero que debe adentrarse en la oscura cueva para rescatar a la princesa. El protagonismo a menudo requiere que enfrentemos verdades incómodas sobre nosotros mismos, y eso puede ser doloroso.
Segundo, las creencias que nos dan protagonismo tienden a llevarnos a resultados nuevos y diferentes. Si a pesar de nuestros esfuerzos por cambiar nuestras creencias, seguimos obteniendo los mismos resultados, es probable que nos estemos engañando.
Imaginemos a una joven llamada Ana, que sueña con ser escritora pero teme no ser lo suficientemente buena. Un día, mientras pasea por el parque, se encuentra con un anciano misterioso que le entrega una pluma mágica. “Esta pluma”, le dice, “tiene el poder de hacer realidad tus historias. Pero solo funcionará si crees en ti misma”.
Ana lleva la pluma a casa, emocionada pero también asustada. ¿Y si la pluma no funciona porque ella no tiene suficiente confianza? Decidida a superar sus miedos, Ana comienza a escribir todos los días, aunque al principio sus historias le parecen torpes y poco originales.
Poco a poco, a medida que persiste, las historias de Ana comienzan a cobrar vida propia. Personajes que nunca había imaginado aparecen en las páginas, llevándola a lugares sorprendentes. La pluma, se da cuenta Ana, no era mágica después de todo. La verdadera magia estaba en su propio protagonismo, en su decisión de creer en sí misma y perseguir su sueño a pesar del miedo.
La historia de Ana nos recuerda que las creencias que nos dan protagonismo no son soluciones mágicas. No nos harán fit de la noche a la mañana ni nos conseguirán el trabajo perfecto. Pero sí nos permiten ver nuevas posibilidades y oportunidades.
Como aquel hombre que, después de años de luchar con su peso, finalmente se dio cuenta de que no necesitaba una dieta milagrosa, sino pequeños cambios sostenibles en su estilo de vida. O aquella mujer que, tras décadas en un matrimonio infeliz, encontró la valentía para imaginar una vida diferente y perseguirla.
Las creencias que nos dan protagonismo son como pequeñas semillas de posibilidad. No garantizan el éxito, pero sin ellas, el fracaso es seguro. Son el primer paso valiente en un viaje de mil millas, la chispa que puede encender un fuego transformador.
Así que la próxima vez que te encuentres atrapado por una creencia limitante, recuerda a Ana y su pluma mágica. Recuerda que tú eres el autor de tu propia historia y que, con el poder de tu protagonismo, puedes escribir un final diferente.
Quizás no sea fácil. Quizás requiera enfrentar algunos demonios internos y cuestionarte algunas ideas profundamente arraigadas. Pero al final, cuando mires hacia atrás y veas cuánto has crecido, cuántos nuevos horizontes has explorado, sabrás que valió la pena.
Porque en el gran libro de la vida, no hay nada más emocionante que un protagonista que toma las riendas de su propio destino. Y ese protagonista, querido lector, podrías ser tú.